Recuerdo aquel
día, ella con el pelo recogido y una vincha de puntos azules grandes, que le
tapaba la mitad de la amplia frente que tenía y dejaba resaltaba sus hermosos
ojos oscuros con pestañas vistosas. También recuerdo que tenía un vaso con un par de hielos y Guinda,
que apretaba su hermosa mano de dedos largos llenos de anillos. Hablaba sin
cesar con aquel joven de pelo castaño, buen mozo él, no más que yo, tampoco más
que usted. Fue un flechazo, como dirían
ahora. La fiesta comenzó a las diez y yo sabía que terminaría siete horas
después. Sabía que nunca la volvería a ver, ya que yo era nuevo ahí y mi único
propósito era tomarla del cuello y darle un beso, tal vez duradero. Eso sí, no
supe ver. Recuerdo que la gente empezó a beber, tomaban con precaución, ya que
eran épocas de conflicto en el Perú. Estábamos en una reunión en San Miguel, yo
vivía en Surco y no recuerdo bien como llegué. Pero ya que estaba ahí, debía
esperar a que sean más o menos las seis, para poder regresar a mi casa sano y
salvo.
Después de
prenderme un Premier, decidí acercarme para sacarla a bailar y no perder más
tiempo, ya que sentía que las horas volaban y yo no hacía nada, más que pensar
en la hora, en cómo me regresaría o en
observar lo bonita que era esa mujer, que ni su nombre sabía. Pero lo podía
suponer. Ella estaba sola por fin, fumaba lo mismo que yo, miraba a su
alrededor y de la nada me aparecí.
“¿Esperas que
sean las seis para poder regresar a tu casa?”. No. Respondió y me esquivó la
conversación con un poco de humo en la cara. Miró al piso, tiró el cigarrillo,
lo aplastó y volteo a verme. “Me llamo Cristina, si eso es lo que querías saber
y sí, si puedo bailar contigo”. Me cogió
de la mano desprevenido y me llevó a la pista de baile. Me quedé medio
desorbitado con lo acontecido, ya que las mujeres son un poco más sumisas, pero
ella sabía lo que yo que yo quería y ella sabía lo que ella quería. Nunca me
había pasado algo igual, pero me encantó, hasta puedo decir que me enamoré de
ella esa misma noche, la quería cuidar toda mi vida y despertar con ella
dormitando en mi pecho.
La música se
puso un poco más rápida y ella me empezó a preguntar las cosas básicas, que se
suelen preguntar cuando recién se conoce uno con alguien en una fiesta. La
conversación no tenía fin, la Guinda no se acababa y ella me volvía más loco.
Eran casi las seis cuando me dijo, “no te daré mi dirección, ni mi teléfono, ya
tú sabrás donde me podrás encontrar. Me
quedé pensando, la miré, me miró, la música se apagó, los dos miramos
alrededor, algunos dormían, otros se besaban y los demás ni se inmutaban con la
próxima reacción. Fuimos afuera, y nos besamos sin control. Pero han pasado 20
años y hasta ahora no la logro encontrar. Pero nunca me enamoré de alguien así
de igual.
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