Un
olor fuerte a alcohol, alcohol barato, hizo que su cuerpo volviera en sí, esa
mañana de julio, el julio más frío y nublado que Lima había vivido.
Miró
desorientada a todos lados, el techo era blanco, blanco percudido con un foco
ahorrador al medio. Había un ventilador en la parte izquierda, un espejo al
frente de ella y estaba sobre un cobertor de flores, como el de los hoteles
baratos de la avenida aviación a los que solía ir, cuando no tenía dinero para
calmar ansiedades y debía entregar su amor entre sábanas blancas percudidas.
No
entendía que había sucedido, trató de levantarse pero su cabeza parecía estar
en un tsunami interno. Se echó nuevamente, se vio el cuerpo y lo tenía
cubierto, como si nadie la hubiera tocado. Hasta el collar largo que tenía en
el cuello lo llevaba en el mismo lugar. Volteó y su celular negro estaba al costado
de un vaso de ron vacio. Sabía a ron porque la alfombra lo delataba, encima de
la mesita de noche marrón que estaba al costado de esa vieja cama y era
domingo, eran las 3 de la tarde y era 21.
¡El
cumpleaños de Andrea!, Exclamó en el interior de su garganta, pero al ordenar
sus ideas y sentir que bajaba escaleras, por la parte izquierda para no caer
por las barandas del lado opuesto, se empezó a preguntar ¿dónde estaba? Y,
¿cómo así había llegado a ese lugar?
Trató
de hacer su mejor esfuerzo, y logró
pararse, sacó la cabeza por la ventana, pero veía paredes plomas. De lo que sí
estaba segura era de que estaba en un hotel, uno de mala muerte. Se puso sus
botines negros, y agarró su celular y monedas que estaban en esa mesita y
decidió salir.
Ni
siquiera atinó a preguntarle al portero de la puerta en qué situación y como
así había llegado a ese lugar, por miedo a que la vean como una prostituta.
Pero apenas salió una fila de 5 taxis pararon a su costado. De hecho era una
muchacha guapa y estaba en una calle algo, no transcurrida por gente como ella.
Esta vez no miró la cara del taxista como solía hacerlo, por miedo a ser robada
o ultrajada. Igual ella pensaba que siempre le iba a pasar algo, decía que la
vida no valía nada. Pero no con instinto suicida ni mucho menos, simplemente
era una mujer insegura.
Cuando
subió al taxi, empezó a revisar su celular y empezó a preguntar a qué hora se había
ido y con quienes, que había amanecido en un hotel por la Panamericana Sur y no
entendía nada.
En
medio de las muchas preguntas que su cerebro desarrollaba, empezó a recordar.
Pintaba
sus uñas, de color rojo bien oscuro, color rojo sangre. No era mucho de
pintarse las uñas pero esta vez decidió hacerlo. Se echaba crema al cabello, al
mismo tiempo pintaba sus ojos. Nunca podía terminar de hacer algo para comenzar
otra cosa, simplemente hacía dos o tres cosas
a la vez. Se ponía aretes largos, como no acostumbraba. Un polo negro,
que resaltaban sus ojos verdes y unos botines negros altos, con un jean negro
muy pegado. Eran las 10 y 46 y ya estaba lista. Esperando en la sala de su casa
con un cigarro en la mano, llamaron a la puerta como todos los sábados, sus
compañeras de juerga la esperaban, una más maquillada y producida que la otra.
Como
todos los sábados a esa hora, su autoestima se desinflaba como una llanta al
ver tanta belleza junta. Era una mujer tan sin cultura que se deprimía por
dichas cosas, que se deprimía por cosas que no tenían valor en su vida.
Pararon
siete taxis, hasta que uno por un precio razonable las llevó a su destino.
Chicos en todas las esquinas, música estridente, muchachas con vestidos cortos,
olor a alcohol no tan barato, griteríos, hipocresía y seducción. Ese tipo de
cosas que las personas normales no tomarían en cuenta, pero ella sí lo notaba.
La
multitud se divertía, pero obligadamente por el alcohol y una que otra droga. La
fiesta comenzó y su vez una competencia de baile sin querer, quien movía mejor
las caderas para que un hombre se acercara. Ella solo observaba, de vez en
cuando se reía. Siempre apoyada en una baranda con un vaso de ron, el que solía
beber. De rato en rato aparecía un muchacho, ella sin querer le coqueteaba pero
no se le acercaban. Ella tenía un concepto de los hombres un poco errado tal
vez, creía que los hombres solo tenían pantalones para acercarse a una mujer si
es que estaban ebrios o drogados.
Cuando
ya todos parecían muñecos y se manejaban por instintos y no con la razón. Sabía
que pronto se le acercarían unos cuantos muchachos para sacarla a bailar y tal
vez algo mas, debajo de las escaleras.
Pero
ella sabía que los hombres eran como los cigarros, en la cajita te decían que
hacían daño, pero te quitaban la ansiedad y dependiendo de la marca eran ricos.
Se
le acercó un muchacho, guapo, algo inseguro, pero sobrio, se pusieron a bailar
el no intentó nada, ella estaba algo preocupada, de rato en rato se volteaba y
se miraba en el reflejo de la barra. Se veía normal, no entendía que ocurría
porque este muchacho después de dos horas de baile y de no preguntarle ni su
nombre, no actuaba.
Ella
comenzó, como nunca, ¡me llamo Amanda! Y él sonrió y le dijo que bonito nombre…
-*-*-*-*-*-*-
Señorita,
¿doblo a la izquierda? No señor, a la derecha en la primera reja negra. Se bajó
del taxi, se dirigió directamente a su cuarto, prendió su computadora y puso
algo de música estridente porque quería seguir recordando pero ya no podía
recordar más. Llamó a Andrea y ella desconcertada, tal vez por estar aún con un
poco de malestar. Le agradeció y le preguntó: ¿Amanda a dónde te fuiste ayer?
Ella no sabía si decir no me acuerdo y quedar como una prostituta porque tal
vez pensaba que se había ido con el muchacho sobrio del baile interminable, o
qué había pasado. ¡Ay a mi casa!, ¿a dónde creías que me habría podido ir? Sin
más preguntas decidió finalizar la llamada con un, espero que la pases bonito,
mas tarde iré a verte, un beso.
Se
echó en su cama, y no estaba asustada, estaba desconcertada pero sin miedo,
sabía que no había pasado mayor cosa, porque si hubiera sido así lograría tener
algún recuerdo en su cabeza, esto jamás le había ocurrido, ella siempre era la
que pagaba los hoteles y llevaba a los muchachos, no muchos pero tampoco pocos.
De
la nada, la depresión dominguera, como solía llamarla la atacó. Desde muy chica,
quizá dieciocho años, no existía domingo en su vida que no despertara con una
pequeña resaca, y desde los veinte, que terminó con el amor de su vida, el
único hombre que la enamoró, se despertaba con algún muchacho al lado o con el
mismo quizá por meses.
Ahora
tenía 25 y era infeliz. Ese domingo sentía que era el último en su vida, era
una sensación rara de usada pero no tocada al mismo tiempo. ¿Quién era él, por
qué no le dijo ni su nombre? Tenía tantas preguntas y ninguna respuesta.
Ese
domingo decidió, cual cobarde huir a otro lado, un tiempo lejos de Lima le
harían bien.
Felizmente
estaba de vacaciones en el instituto y tenía hacía meses sueños con regresar a
Cajamarca y ver sus despertares verdes y respirar aires puros nuevamente.
Sus
días comenzaban a tempranas horas, en las que iba al lago a caminar, con un
cigarro en la mano y un libro en la otra. Comenzó leyendo historias de amor que
de alguna u otra manera la ayudaban a entender un poco más el “por qué los
hombres actuaban como cigarros”, a por qué el amor era tan importante en una
mujer, a por qué las personas se sentían solas teniéndolo todo en la vida. Se
leía libros enteros, leyendo y entendiendo el comportamiento que había tenido hacía
algún tiempo atrás.
Pasado
algún tiempo, de vez en cuando sufría de alguno que otro mareo. Ella pensaba que tenía anemia por la delgadez
de su cuerpo, porque a veces se olvidaba de comer o porque tenía algún órgano
de su cuerpo algo mal, debido a la vida desordenada que había tenido hacía
algún tiempo atrás.
Decidió
regresar a Lima, a su casa, e ir a sacarse análisis para descartar cualquier
posible enfermedad que arruine planes que aún no había hecho.
En
el avión, sus recuerdos empezaron a fluir nuevamente. Era como si su cerebro
creara una historia. La historia continuaba en que…
“Amanda”,
¿es un nombre en latín, no? La canción cambió y sus cuerpos se entrelazaron
pero no llegaron a juntar los labios, que era lo que en el inconsciente de
Amanda estaba como un protocolo.
Ella
no quería preguntar su nombre, pero por dentro suponía que se llamaba, Felipe o
Santiago quizá. Él le invitaba el ron que tomaba, por sus bocas circulaban los
mismos gérmenes, pero no la misma química. Era guapo, pero tenía algo raro ella
no entendía.
Pero
después de esas horas interminables de alcohol y baile, se dio cuenta que el
solo mojaba los labios, y ella ya estaba pisando chueco. El muchacho le ofreció
llevarla a su casa. Ella en su borrachera y pocos momentos de lucidez,
simplemente se dejó llevar. Recuerda que la cargaba por unas escaleras, no
recuerda ni cómo llegó al lugar y se echó en la cama, él al lado derecho ella
al lado izquierdo.
Al
parecer, nunca lo sabrá, porque nunca lo volvió a ver. Tuvieron sexo, un sexo
tranquilo como de enamorados, más bien hizo el amor, nada placentero y sin
besos prolongados, pero no era algo seguro. Era la única respuesta a sus
mareos, ella sentía que estaba embarazada y estaba algo decepcionada porque
nunca pensó que su hijo fuera a crecer sin padre. Pero algo feliz porque
estaría acompañada por fin.
Su
alegría se incrementaba mientras las horas de vuelo pasaban. Se sentía una mujer, feliz por fin.
Cuando
bajo del avión sentía que las personas la miraban, sentía que la felicidad era
contagiosa. Se sentía como cuando conoció a Ramiro, su ex, sentía mariposas en
la panza, se sentía enamorada otra vez. Pero con mareos también.
Decidió
ir al ginecólogo ni bien bajó del avión. Tomó cualquier taxi, trataba de
caminar lento, algo que nunca había hecho. Pensaba en que si era mujer la
llamaría Alice y si fuera hombre, Fernando. Ya estaba pensando en ir a comprar
ropita de verano, ya que era noviembre y salía el sol de vez en cuando.
Sentada
en el consultorio, después de haber tomado una cantidad de agua exagerada para
hacerse una ecografía, salió el doctor. Era un doctor alto, con ojos grandes y
algo cansados, pelo oscuro y flaco.
“Amanda”,
¿cierto? Ella respondió casi sin hablar, por las ganas que tenía de ir a
orinar. Échate en la camilla, por favor. ¿Cuáles han sido tus síntomas? Ella
respondió, doctor estoy segura de que estoy embarazada. Pero ¿Cuáles han sido
tus síntomas? Mareos, nauseas, cansancio, agotamiento. Demasiado, diría yo.
Bueno Amanda, si es que estás embarazada, estás demasiado débil para tener un
bebe en buenas condiciones. Tendrías que empezar a comer bien, por favor, pero
veamos…
Ella
nerviosa, mojaba la camilla con sudor. Él untaba en su vientre una crema
heladita que hacía que su piel se ponga de gallina. Al mismo tiempo aguantaba
la respiración, porque si no se orinaba en plena ecografía.
Bueno,
dijo el doctor, Amanda tu lo que presentas es una grave enfermedad de
trasmisión sexual. Y lamentablemente si, también estás embarazada. ¿Pero,
doctor, por qué lamentable? El doctor la miraba, no sabía si ser fuerte con
ella o darle apoyo moral. Era una muchacha joven después de todo, con sueños
escondidos, por realizar.
Ella se quedó callada y después de un segundo
dijo: ¿Doctor, es Sida? ¿El bebe morirá?
Si,
Amanda, lo que no entiendo y por eso es que no respondo, es cómo así pudiste
quedar embarazada, ya que esta enfermedad la presentas hace varios años y ha
estado incubando. ¿Nunca te has hecho un análisis?
No
doctor, porque nunca me he sentido mal. Doctor, eso quiere decir que, a todos
los muchachos con los que he tenido relaciones, ¿he contagiado? Así es Amanda,
alguno te contagio a ti y de ahí tú empezaste a transmitirlo. Pero como te
digo, los síntomas que has tenido ahora son por el embarazo, esta enfermedad la
empezarás a sentir recién después de unos dos a tres años, que tu cuerpo
empieza a perder sus defensas y el dolor que presenta hasta una gripe lo
sentirás tan fuerte, que te querrás morir.
Amanda,
empezaba a ya no mirar la cara del doctor, más bien miraba su pancita y se la
acariciaba. Las lágrimas empezaban a caer. El doctor le agarraba el brazo, ella
seguía sollozando y le hizo una última pregunta.
¿Doctor,
mi bebe morirá? El doctor se quedó callado un buen tiempo mientras arreglaba
los cables para que Amanda baje de la camilla, le alcanzó sus botines negros y
le sujeto el brazo para que no resbalara.
No
Amanda, tu bebe está perfectamente sano, pero debes cuidarte porque de todas
maneras él en algún momento se quedará solo y deben vivir juntos todo lo que se
pueda juntos.
Amanda
no respondió, terminó de abrocharse sus botines y le dijo: ¿cuándo vengo? El
diez de diciembre por favor, en esta semana te llamará mi secretaria para
confirmarte la hora.
Se
escuchó un golpe en la puerta y un aire frío. Ella ya había desaparecido.
Amanda
empezó a bajar las escaleras de tres en tres, queriéndose caer y borrar la memoria.
Una memoria de historias devastadas y perjudiciales. No entendía ¿desde
cuándo?, ¿cómo había pasado esto? Solo logró responder antes de llegar a la
puerta, el por qué no tenía sueños, era porque todo esto ya estaba premeditado.
Ella se iba a morir y su bebe iba a ir
solo por la vida, ya que ni siquiera sabía quién era él padre.
Por
fin un reflejo del sol alumbró su cabellera, tomó un taxi blanco y viejo y
enrumbó a su casa. Cuando llegó se dio con la sorpresa de que no estaba sola en
ese lugar, olía a perfume, uno caro, parecía Dior y era el de su mamá.
-*-*-*-*-*-*-
Su
mamá, se había ido a Argentina cuando
ella era una mocosa de 13 años. Se casó con un millonario y se fue a vivir. No
tuvo ningún tipo de sentimiento ni pena al dejarla. Era una niña aún, pero ella
creía que estaba bien grande como para asumir responsabilidades.
Tenían
una relación terrible, con las justas se dirigían la palabra para asuntos
económicos. No era su hija y ella no era su madre. Eran compañeras de hogar o
así solía decir Amanda. Ni ella ni su madre se esmeraba por ser amiga una de la
otra, simplemente se odiaban.
Para
su madre el hecho de haber quedado embarazada de ella, ya había sido una
tortura. Y encima de un padre que nunca existió.
Amanda
desde muy chica, estuvo al cargo de la señora Olga, que era una señora que la
crió como si fuera su hija hasta que tuvo diecisiete años y falleció. Amanda
desde ese entonces vivió sola, comenzó a desarrollarse como mujer y a darse
cuenta de las cosas, sola.
Empezó
a meterse con hombres por placer y dependencia afectiva desde muy chica y
porque nunca tuvo normas ni una madre. Olga estaba ahí, Amanda la quería. Pero
igual seguía siendo su nana y ella lo sabía. Por dicho motivo, metía a quien le
valía en gana de meter a su casa y hacía exactamente lo mismo, sin control ni
resentimiento.
Desde
ahí comenzó su atareada vida y su desorden emocional.
Mantenía
una relación muy básica por cartas con su madre, por donde le depositaba
dinero, para el instituto y demás.
-*-*-*-*-*-*-
Entró
y su mamá estaba sentada en el gran sillón marrón que había en su salita de
estar, fuera de su cuarto. Estaba con las piernas cruzadas y los brazos igual,
con el pelo bien liso y sin una sola cana. A veces Amanda no entendía como
teniendo 58 años, ella lucía tan regia.
¿Mamá?
¿Qué haces acá? Hola Amanda, ¿Cómo estás? He venido porque me enteré que fuiste
al doctor y me preocupé, yo se que tu vas al doctor sólo cuando realmente estás
muriendo. ¿Cómo sabes? ¿A caso me espías? No, no, como vas a creer eso. Pero me
llegó en tu estado de cuenta de la tarjeta de crédito que habías ido a la
clínica, y pensé que estabas mal y como función de madre vine a verte.
Amanda,
miró al piso, la miró a ella. No entendía que sucedía. Su madre, no era su
madre. Ella no era su hija. Pero veo que
estás bien, solo algo flaca, dijo la madre. Ella movió la cabeza y le dijo.
Pues no, estoy embarazada y también me voy a morir. Y te odio.
Su
madre, se levantó, la siguió rápidamente a su cuarto y le dijo, ¿cuánto costará
esta gracia? Para depositarte el dinero de una vez para que vayas a abortar.
Amanda tu sabes que aún eres joven y con muchas metas por cumplir, un hijo
interrumpirá todo lo que has logrado hasta ahora. ¿Qué? Respondió Amanda con
voz fuerte. Tú no me abortaste porque no tenías dinero ¿no?, si no estoy segura
que lo hubieras hecho. Bueno yo no lo abortaré, el nacerá y será feliz hasta
que yo muera, porque para todo esto la que si se va a morir soy yo. Pero eso
resultará más fácil para ti.
Amanda,
no hables tonterías, ¿Por qué te vas a morir? ¿A caso tienes cáncer o Sida? Sí
pues, tengo Sida y por un milagro mi bebe no. El nacerá y vivirá conmigo, con
su madre y lo cuidaré como jamás me cuidaste tú. Ahora por favor lárgate de mi
casa.
La
madre de Amanda salió y a su salida dejó un sobre con su dirección y mucho
dinero, en uno de los papeles escribía que jamás pensó en abortarla, que
siempre la quiso. Pero que no estaba lista para ser una madre en el momento que
ella nació y por tal motivo jamás la trato como una hija. Y que ella iba a
estar ahí en el momento que Amanda decidiera irse. Ella iba a educar y criar a
ese bebe como ella nunca lo hizo con Amanda.
Amanda,
se quedó muda después de haber leído ese papel. No entendía como las personas
después de haber hecho tanto daño, tenían la voluntad para cambiar y ser
mejores. Igual estaba sola en el mundo y la única persona que podría cuidar a
su bebe iba a ser su madre.
Pasaron
los meses y en ese tiempo empezó a dar charlas de orientación sexual en los
colegios de sus amigas. Iba a centros de rehabilitación a contar experiencias
vividas. Su vida por fin tenía un sentido, ella no quería que a nadie más le
pase lo que a ella le pasó. Pero los días igual se le acortaban y la barriga se
le ensanchaba.
De
pronto, un 13 de agosto, Alice lloró, fue amor a primera vista. Una cosa nunca
antes vivida. Se enamoró de su hija, una bebe preciosa, que apenas salió de su
vientre, se acurrucó en su pecho y dejó de llorar.
Pasaron
2 años de alegría y algunos malestares. De pronto con el tiempo, el cuerpo de
Amanda ya no funcionaba de la misma manera. Y decidió antes de que Alice se
acostumbrara mas a ella mandarla con su madre a Argentina.
Amanda
falleció un 31 de diciembre del siguiente año. Se enamoró una sola vez en su
vida y fue de su hija.