viernes, 22 de noviembre de 2013

Comparaciones

Hay muchas personas en este mundo, y a cierta edad empiezan a idearse un mundo feliz, en el cual desearán vivir, tal vez es el mundo que crearon sus cerebritos al ver películas románticas de Disney o ver el ejemplo familiar de las parejas con hijos unidas que iban todos los domingos a misa y al final del recreo conversabas con tus amiguitas en esa esquina, la oculta de los rayos solares del colegio donde imaginaban que tendrían 3 hijos, una casa grande con un jardín lleno de flores grandes coloridas, un par de carros y un cuarto más grande que el suyo para meter su ropa. Pues bueno cuando los años van pasando te das cuenta con los golpes de la vida y la falta de empleo que lo que imaginabas cuando eras una colegiala púber es mentira o tal vez es cierto pero de 10 casos uno será el tuyo. Y no porque no existan hombres para armar esos matrimonios felices, porque si hay y el mundo está lleno de ellos, pero tu escoges al peor el que hace tu vida añicos y después de todos tus años de juventud de lloros escoges a uno que da la vida por ti pero no eres 100 % feliz a su lado, pero lo único que sabes es que ya no quieres sufrir más.
Después del hombre pensaste en la casa, bueno ahora estás sin el hombre y decides que vivirás llena de gatos hasta que envejezcas, pero, en tu bola de cristal tu casa se sigue viendo moderna, amplia, grande y con un gran jardín y de nuevo toco el tema de las películas que se nos metieron en el cerebro y por ende tu vida está guiada como tal. Las solteronas viven en casas grandes con muchos gatos, ellas tienen plata ya que no mantienen a nadie.
Bueno eso depende de cada uno ya que en las películas el dinero, amor e hijos nacen en menos de 1 hora y media. Una persona promedio tiene para ser exitoso y tener dinero muchos años por delante pero sobre todo para ser feliz. Pero las personas confunden la felicidad con el éxito y el dinero al mismo tiempo. Un día despiertan con una idea no duermen para cumplir ese gran sueño pasan 3 días no ven frutos y se tiran de nuevo a dormir por días para ver si es que nace otra idea peculiar la cual puedan realizar.
Una pensó también en esa misma esquina del colegio que apenas saliera de este recinto con patios grandes y muchos juegos le caería un papel del cielo que le diría “tu vas a ser doctor” entonces estudiarías eso y cuando termines con unas grandes notas y una felicidad radiante trabajarías toda la vida en eso hasta jubilarte y pasar tus tardes frente al mar en el club Regatas.
Pues eso es mentira la mayoría de gente se vuelve loca a la mitad de su “gloriosa” carrera porque no es lo que les gusta, lo detestan, prefieren trabajar de meseros en un fast food por el simple hecho de generar dinero y poder comprarse alcohol o las cosillas que para esa época son importantes.
Y cuando se quedan sin trabajo y sin una carrera terminada sienten que es el fin del mundo, que nunca podrán tener la casa con gran jardín que nadie las tomará en cuenta y que si no tienen a los 30 años un carro y otra propiedad no serán nada en esta vida.
Bueno, yo pensaba igual pero después de vivir un poco de tensión y mal humor por quedarme en la nada, me di cuenta que primero tengo que ver qué es lo que me hace feliz así al comienzo no me genere ingresos, la plata si es importante, pero no es importante cagar plata en el buen sentido de la palabra, si no ser feliz con lo que uno hace eso te hará más rico que cualquier otra cosa en el mundo.
Tal vez tendrás que pensar mucho, estudiar más y no dormir. Pero hay personas que lo hicieron, que no durmieron y ahora son felices, exitosos y si tú quieres ser lo mismo ¿por qué no comienzas?


Y si ellos pueden… ¿por qué no tu?

lunes, 8 de julio de 2013

Hoja blanca, mancha roja

El sol va cayendo, el aire se enfría, la gente se abriga y la noche se acerca, pero con cautela. Con esa cautela con la que tú me enamoraste, aquel viernes de agosto de hace unos años con mentiras y apaños tales como  los de aquellas noches que creíamos que eran tibias y al final nos terminábamos enfriando.
La mentira y el amor  se cruzaron en mi camino con la más grande frescura, esa frescura que delataba tu boca al besarme.
Viernes 17 de agosto, las nubes dibujaban el cielo, un cielo rojizo por el despojo de las últimas prendas del sol. Tú estabas ahí, tu belleza me deslumbró y tu pasión ocasionó en mi cuerpo un pequeño electroshock.  Una pasión que jamás se había desatado en mí ser, esa única pasión hacia el ser amado la cual me obligaba a verte como Romeo en mi balcón.
El sol aún no se ocultaba y él se me acercó, con un cigarrillo en la mano. Me saludó con un beso que tenía un destino incierto y un final inesperado.  Ese beso que sientes que levanta hasta el mínimo bello de tu cuerpo y hace que tu respiración desespere y vaya en búsqueda de una respiración más fuerte.
Desde ese momento, el amor se convirtió en un amor adictivo, adictivo de mi parte un juego de la suya.  Me agarró la mano me entregó su amor y lo blanco de su corazón, un blanco como el de una hoja en la cual escribes una historia, pero esta hoja no tenía ni un cuento, ni un punto, ni un personaje, solo repartía vacío y adicción hacía mi parte.  Un amor que en un comienzo fue recíproco y en momentos vacío, desapareciendo por días y encontrando rojos que no tenían coherencia con las mentiras dichas.
Molestias que no tenían una razón porque todo era una mentira, de mentiras se conformaba mi vida en ese momento, pero yo tenía su corazón y el suyo una adicción. 
Largas horas de telenovelas contadas por el teléfono en búsqueda de un perdón, arrepentido por sus desaparecidas sin enterarme de su adicción. Él iba en búsqueda de mujeres, sexo y droga, mientras yo estaba soñando con nuestra boda.  
Una noche el amor se quebró, un rojo intenso encima de una hoja blanca opacó mi felicidad, esa felicidad que tuve desde el primer día que me bajó las estrellas. Unas estrellas que dieron a la fuga en esa noche fría. Una mentira que llegó a su éxtasis total tras haber tenido un encuentro un tanto casual, en el cual las prendas se despojaron de los cuerpos por si solas en melodía con esa pasión, con esa pasión que le entregaban, la cual no sentía porque al día siguiente no se acordaba.  La palabra amor llegó a su fin,  un punto decoró el final, ese final con el que él soñaba, ese final que no se vio venir aquella tarde dibujada con nubes, ese final que yo no quería por nada del mundo. Pero llegó.
Fue un amor incapaz, pasional y agresivo. Un amor lleno de adicciones unas con soluciones drásticas otras con soluciones mentales, un amor que se llenó de bailes y cantares, un amor con gritos de palabras costas, un amor que prefería callar antes de herir por mi parte, pero por la suya no hay nada que decir. Un amor que murió, un amor que hizo daño, que un progenitor hubiera odiado, hubiera llorado. Un amor lleno de papeles manchados, de hojas en blanco, de palabras vacías, de olvidos y reclamos.  Un amor que llegó a su fin con el internamiento de la adicción, con la cura para el desamor, con el paño que limpió el rojo que dejó.
Un amor que cambió internado por precaución, una recuperación peculiar para un sujeto blanco como las hojas en las que suelo escribir. Un sujeto que prefirió la adicción al amor incondicional de una mujer, una mujer que lo acompañó hasta su último terminal. A la que le repartió el beso frió del llanto final.

Una mujer que tras su partida borró las letras de las hojas blancas que poseía. 

martes, 25 de junio de 2013

El tiempo

10:23, ¿Qué estoy haciendo? Será que los escalofríos internos que tengo, sean esas mariposas que una siente cuando dice estar enamorada. O será esa adrenalina que sentía cuando tenía quince años y estaba en la puerta de mi casa, con alguno de esos chicos que solían bajarme el cielo, el mar, las estrellas y también el pantalón para tratar de tocarme. No, no, no siento eso, pero siento algo parecido. ¡Puta madre!, ya son las 10:45 y sigo pensando en tonterías y aun ni me alisto.
11:17. Siento un claxon en mi cabeza, pues no, en mi cabeza no es, es afuera y sí, sí es él, no él que me bajaba el pantalón, ni el mar, ni las estrellas, es otro, uno que pretende subírmelo, pero todos los días al despertar. El lápiz de labios demora en secar, cojo una servilleta doy los últimos retoques y siento que ya estoy lo suficientemente dispuesta a salir y a tratar de no hacer lo que hice ayer en la noche.
11:22. Él está ahí, en su carraso del año, uno negro, bien chévere, recogiéndome a mí, de mi casa a las 11:22 de la noche un sábado en la noche. Yo 20. Me subo a su carro, un poco roja, definitivamente hirviendo de los nervios. Trato de mirar afuera y con las justas darle un beso, para que no piense que estoy calentona. Porque la verdad solo estaba nerviosa. El me habla de lo que hizo en el día, yo lo escuchaba siempre con una sonrisa. Agarraba mi celular de vez en cuando, miraba la hora, 11:46 íbamos a más de 100km y yo ni siquiera sabía a dónde.
12:09. Habían muchos carros estacionados, era una cuadra bien amplia  en medio de dos avenidas muy transitadas a esa hora de la noche. Entramos a un bar, uno parecido al de ayer. Nos sentamos, el bartender era bien churro. No entiendo por qué no podría salir con uno así, podría esperarlo en sus cierres e ir a dormir con él. Pero no, estaba sentada al otro lado del bar y lo único que podía divisar, era al personaje que tenía ahí no más.
12:14. Nos dan la carta de los tragos lo miro, me mira y me dice: tú pide no más. En ese momento dije, este, bueno, no me quiero emborrachar, pediré algo suave. Mire al bartender, tratando de no ser tan coqueta y le pedí uno de esos que ni sabía pronunciar, pero él me entendió.
12:19. Me dan mi trago y todo comenzó a fluir nuevamente, como fluyó el día de ayer. Empezamos a hablar de mi corta vida, de sus viajes, de mi universidad, de su trabajo y de los planes que tenía conmigo. Los tragos iban, la cuenta subía pero ya no me preocupaba mucho en ese entonces si me emborrachaba o no porque ya estaba a una onza y media de eso.
3:27. Decidí pararme e ir al baño. ¡Puta madre! ¿Qué estoy haciendo?, nicagando me lo chapo, pero ¿qué estoy haciendo?  De nuevo la misma historia, la de ayer, regresar a mi casa 10:10 no, no hoy no pasará eso, es más le diré que me lleve a mi casa y me echaré a dormir sin remordimientos.
3:34. Salí del baño, me dirijo hacia él con un coqueteo un poco desapercibido hacia el bartender. ¿Nos podemos ir? Me miró y me dijo, está bien no hay problema, pero debo recogerla y no debo estar contigo, te puedo dejar donde te dejé ayer y después ir por ti. ¿No entendí, de que me perdí? En ningún momento le dije que íbamos a hacer lo de ayer, simplemente le dije que ya me quería ir. Me quedé muda tras el nerviosismo, simplemente me paré, esperé que pagara la cuenta y me subí a su carro. Muda, ni una sola palabra, en el camino él prendió la radio y tarareaba una canción que le escuché muchas veces tararear a mi papá.
4:02. Aun seguía sin entender lo que estaba pasando. Seguía con esas casi mariposas, temblores internos dentro de mí. Me bajé, se bajó. Entramos.
4:06. Una habitación para dos por favor. Quería correr, estaba con un poco de asco, una sensación rara. Seguía sin entender lo que pasaba. Subí a la habitación, me dio un beso en la frente como los que le da a ella en las mañanas al despedirse. ¿Me había enamorado? Pues no, era imposible con una sola noche de pasión. Pero que pasaba, ¿por qué no podría decirle que no? ¿Qué le iba a decir a ella?
5:50. Mirando el techo del bonito hotel me quedé. El entró se echó conmigo, me acurrucó entre sus grandes brazos y me quedé dormida, pero segura a la vez.
10:10. La misma hora de ayer, bueno antes de ayer, amanecí con este sujeto acurrucados pero esa vez algo descubierta lo miré y no tenía palabras para describir lo que había hecho. Lo conocía desde que nací y en sus brazos siempre me acurruqué cuando iba a la casa de ella, mi mejor amiga.

10:21. Su hermano era como mi hermano, ella mi mejor amiga y su padre, mi amante. Yo 20, él 54. Me enamoré de él y un bar nos unió una noche en la Lima gris. 

domingo, 2 de junio de 2013

Un amor de toque a toque

Recuerdo aquel día, ella con el pelo recogido y una vincha de puntos azules grandes, que le tapaba la mitad de la amplia frente que tenía y dejaba resaltaba sus hermosos ojos oscuros con pestañas vistosas. También recuerdo que  tenía un vaso con un par de hielos y Guinda, que apretaba su hermosa mano de dedos largos llenos de anillos. Hablaba sin cesar con aquel joven de pelo castaño, buen mozo él, no más que yo, tampoco más que usted.  Fue un flechazo, como dirían ahora. La fiesta comenzó a las diez y yo sabía que terminaría siete horas después. Sabía que nunca la volvería a ver, ya que yo era nuevo ahí y mi único propósito era tomarla del cuello y darle un beso, tal vez duradero. Eso sí, no supe ver. Recuerdo que la gente empezó a beber, tomaban con precaución, ya que eran épocas de conflicto en el Perú. Estábamos en una reunión en San Miguel, yo vivía en Surco y no recuerdo bien como llegué. Pero ya que estaba ahí, debía esperar a que sean más o menos las seis, para poder regresar a mi casa sano y salvo.  
Después de prenderme un Premier, decidí acercarme para sacarla a bailar y no perder más tiempo, ya que sentía que las horas volaban y yo no hacía nada, más que pensar en la hora,  en cómo me regresaría o en observar lo bonita que era esa mujer, que ni su nombre sabía. Pero lo podía suponer. Ella estaba sola por fin, fumaba lo mismo que yo, miraba a su alrededor y de la nada me aparecí.
“¿Esperas que sean las seis para poder regresar a tu casa?”. No. Respondió y me esquivó la conversación con un poco de humo en la cara. Miró al piso, tiró el cigarrillo, lo aplastó y volteo a verme. “Me llamo Cristina, si eso es lo que querías saber y sí, si puedo bailar contigo”.  Me cogió de la mano desprevenido y me llevó a la pista de baile. Me quedé medio desorbitado con lo acontecido, ya que las mujeres son un poco más sumisas, pero ella sabía lo que yo que yo quería y ella sabía lo que ella quería. Nunca me había pasado algo igual, pero me encantó, hasta puedo decir que me enamoré de ella esa misma noche, la quería cuidar toda mi vida y despertar con ella dormitando en mi pecho.
La música se puso un poco más rápida y ella me empezó a preguntar las cosas básicas, que se suelen preguntar cuando recién se conoce uno con alguien en una fiesta. La conversación no tenía fin, la Guinda no se acababa y ella me volvía más loco. Eran casi las seis cuando me dijo, “no te daré mi dirección, ni mi teléfono, ya tú sabrás donde me podrás encontrar.  Me quedé pensando, la miré, me miró, la música se apagó, los dos miramos alrededor, algunos dormían, otros se besaban y los demás ni se inmutaban con la próxima reacción. Fuimos afuera, y nos besamos sin control. Pero han pasado 20 años y hasta ahora no la logro encontrar. Pero nunca me enamoré de alguien así de igual.


lunes, 6 de mayo de 2013

Amanda


Un olor fuerte a alcohol, alcohol barato, hizo que su cuerpo volviera en sí, esa mañana de julio, el julio más frío y nublado que Lima había vivido.
Miró desorientada a todos lados, el techo era blanco, blanco percudido con un foco ahorrador al medio. Había un ventilador en la parte izquierda, un espejo al frente de ella y estaba sobre un cobertor de flores, como el de los hoteles baratos de la avenida aviación a los que solía ir, cuando no tenía dinero para calmar ansiedades y debía entregar su amor entre sábanas blancas percudidas.
No entendía que había sucedido, trató de levantarse pero su cabeza parecía estar en un tsunami interno. Se echó nuevamente, se vio el cuerpo y lo tenía cubierto, como si nadie la hubiera tocado. Hasta el collar largo que tenía en el cuello lo llevaba en el mismo lugar. Volteó y su celular negro estaba al costado de un vaso de ron vacio. Sabía a ron porque la alfombra lo delataba, encima de la mesita de noche marrón que estaba al costado de esa vieja cama y era domingo, eran las 3 de la tarde y era 21.
¡El cumpleaños de Andrea!, Exclamó en el interior de su garganta, pero al ordenar sus ideas y sentir que bajaba escaleras, por la parte izquierda para no caer por las barandas del lado opuesto, se empezó a preguntar ¿dónde estaba? Y, ¿cómo así había llegado a ese lugar?
Trató de hacer su mejor esfuerzo,  y logró pararse, sacó la cabeza por la ventana, pero veía paredes plomas. De lo que sí estaba segura era de que estaba en un hotel, uno de mala muerte. Se puso sus botines negros, y agarró su celular y monedas que estaban en esa mesita y decidió salir.
Ni siquiera atinó a preguntarle al portero de la puerta en qué situación y como así había llegado a ese lugar, por miedo a que la vean como una prostituta. Pero apenas salió una fila de 5 taxis pararon a su costado. De hecho era una muchacha guapa y estaba en una calle algo, no transcurrida por gente como ella. Esta vez no miró la cara del taxista como solía hacerlo, por miedo a ser robada o ultrajada. Igual ella pensaba que siempre le iba a pasar algo, decía que la vida no valía nada. Pero no con instinto suicida ni mucho menos, simplemente era una mujer insegura.
Cuando subió al taxi, empezó a revisar su celular y empezó a preguntar a qué hora se había ido y con quienes, que había amanecido en un hotel por la Panamericana Sur y no entendía nada.
En medio de las muchas preguntas que su cerebro desarrollaba, empezó a recordar.
Pintaba sus uñas, de color rojo bien oscuro, color rojo sangre. No era mucho de pintarse las uñas pero esta vez decidió hacerlo. Se echaba crema al cabello, al mismo tiempo pintaba sus ojos. Nunca podía terminar de hacer algo para comenzar otra cosa, simplemente hacía dos o tres cosas  a la vez. Se ponía aretes largos, como no acostumbraba. Un polo negro, que resaltaban sus ojos verdes y unos botines negros altos, con un jean negro muy pegado. Eran las 10 y 46 y ya estaba lista. Esperando en la sala de su casa con un cigarro en la mano, llamaron a la puerta como todos los sábados, sus compañeras de juerga la esperaban, una más maquillada y producida que la otra.
Como todos los sábados a esa hora, su autoestima se desinflaba como una llanta al ver tanta belleza junta. Era una mujer tan sin cultura que se deprimía por dichas cosas, que se deprimía por cosas que no tenían valor en su vida.
Pararon siete taxis, hasta que uno por un precio razonable las llevó a su destino. Chicos en todas las esquinas, música estridente, muchachas con vestidos cortos, olor a alcohol no tan barato, griteríos, hipocresía y seducción. Ese tipo de cosas que las personas normales no tomarían en cuenta, pero ella sí lo notaba.
La multitud se divertía, pero obligadamente por el alcohol y una que otra droga. La fiesta comenzó y su vez una competencia de baile sin querer, quien movía mejor las caderas para que un hombre se acercara. Ella solo observaba, de vez en cuando se reía. Siempre apoyada en una baranda con un vaso de ron, el que solía beber. De rato en rato aparecía un muchacho, ella sin querer le coqueteaba pero no se le acercaban. Ella tenía un concepto de los hombres un poco errado tal vez, creía que los hombres solo tenían pantalones para acercarse a una mujer si es que estaban ebrios o drogados.
Cuando ya todos parecían muñecos y se manejaban por instintos y no con la razón. Sabía que pronto se le acercarían unos cuantos muchachos para sacarla a bailar y tal vez algo mas, debajo de las escaleras.
Pero ella sabía que los hombres eran como los cigarros, en la cajita te decían que hacían daño, pero te quitaban la ansiedad y dependiendo de la marca eran ricos.
Se le acercó un muchacho, guapo, algo inseguro, pero sobrio, se pusieron a bailar el no intentó nada, ella estaba algo preocupada, de rato en rato se volteaba y se miraba en el reflejo de la barra. Se veía normal, no entendía que ocurría porque este muchacho después de dos horas de baile y de no preguntarle ni su nombre, no actuaba.
Ella comenzó, como nunca, ¡me llamo Amanda! Y él sonrió y le dijo que bonito nombre…
-*-*-*-*-*-*-
Señorita, ¿doblo a la izquierda? No señor, a la derecha en la primera reja negra. Se bajó del taxi, se dirigió directamente a su cuarto, prendió su computadora y puso algo de música estridente porque quería seguir recordando pero ya no podía recordar más. Llamó a Andrea y ella desconcertada, tal vez por estar aún con un poco de malestar. Le agradeció y le preguntó: ¿Amanda a dónde te fuiste ayer? Ella no sabía si decir no me acuerdo y quedar como una prostituta porque tal vez pensaba que se había ido con el muchacho sobrio del baile interminable, o qué había pasado. ¡Ay a mi casa!, ¿a dónde creías que me habría podido ir? Sin más preguntas decidió finalizar la llamada con un, espero que la pases bonito, mas tarde iré a verte, un beso.
Se echó en su cama, y no estaba asustada, estaba desconcertada pero sin miedo, sabía que no había pasado mayor cosa, porque si hubiera sido así lograría tener algún recuerdo en su cabeza, esto jamás le había ocurrido, ella siempre era la que pagaba los hoteles y llevaba a los muchachos, no muchos pero tampoco pocos.
De la nada, la depresión dominguera, como solía llamarla la atacó. Desde muy chica, quizá dieciocho años, no existía domingo en su vida que no despertara con una pequeña resaca, y desde los veinte, que terminó con el amor de su vida, el único hombre que la enamoró, se despertaba con algún muchacho al lado o con el mismo quizá por meses.
Ahora tenía 25 y era infeliz. Ese domingo sentía que era el último en su vida, era una sensación rara de usada pero no tocada al mismo tiempo. ¿Quién era él, por qué no le dijo ni su nombre? Tenía tantas preguntas y ninguna respuesta.
Ese domingo decidió, cual cobarde huir a otro lado, un tiempo lejos de Lima le harían bien.
Felizmente estaba de vacaciones en el instituto y tenía hacía meses sueños con regresar a Cajamarca y ver sus despertares verdes y respirar aires puros nuevamente.
Sus días comenzaban a tempranas horas, en las que iba al lago a caminar, con un cigarro en la mano y un libro en la otra. Comenzó leyendo historias de amor que de alguna u otra manera la ayudaban a entender un poco más el “por qué los hombres actuaban como cigarros”, a por qué el amor era tan importante en una mujer, a por qué las personas se sentían solas teniéndolo todo en la vida. Se leía libros enteros, leyendo y entendiendo el comportamiento que había tenido hacía algún tiempo atrás.
Pasado algún tiempo, de vez en cuando sufría de alguno que otro mareo.  Ella pensaba que tenía anemia por la delgadez de su cuerpo, porque a veces se olvidaba de comer o porque tenía algún órgano de su cuerpo algo mal, debido a la vida desordenada que había tenido hacía algún tiempo atrás.
Decidió regresar a Lima, a su casa, e ir a sacarse análisis para descartar cualquier posible enfermedad que arruine planes que aún no había hecho.
En el avión, sus recuerdos empezaron a fluir nuevamente. Era como si su cerebro creara una historia. La historia continuaba en que…
“Amanda”, ¿es un nombre en latín, no? La canción cambió y sus cuerpos se entrelazaron pero no llegaron a juntar los labios, que era lo que en el inconsciente de Amanda estaba como un protocolo.
Ella no quería preguntar su nombre, pero por dentro suponía que se llamaba, Felipe o Santiago quizá. Él le invitaba el ron que tomaba, por sus bocas circulaban los mismos gérmenes, pero no la misma química. Era guapo, pero tenía algo raro ella no entendía.
Pero después de esas horas interminables de alcohol y baile, se dio cuenta que el solo mojaba los labios, y ella ya estaba pisando chueco. El muchacho le ofreció llevarla a su casa. Ella en su borrachera y pocos momentos de lucidez, simplemente se dejó llevar. Recuerda que la cargaba por unas escaleras, no recuerda ni cómo llegó al lugar y se echó en la cama, él al lado derecho ella al lado izquierdo.
Al parecer, nunca lo sabrá, porque nunca lo volvió a ver. Tuvieron sexo, un sexo tranquilo como de enamorados, más bien hizo el amor, nada placentero y sin besos prolongados, pero no era algo seguro. Era la única respuesta a sus mareos, ella sentía que estaba embarazada y estaba algo decepcionada porque nunca pensó que su hijo fuera a crecer sin padre. Pero algo feliz porque estaría acompañada por fin. 
Su alegría se incrementaba mientras las horas de vuelo  pasaban. Se sentía una mujer, feliz por fin.
Cuando bajo del avión sentía que las personas la miraban, sentía que la felicidad era contagiosa. Se sentía como cuando conoció a Ramiro, su ex, sentía mariposas en la panza, se sentía enamorada otra vez. Pero con mareos también.
Decidió ir al ginecólogo ni bien bajó del avión. Tomó cualquier taxi, trataba de caminar lento, algo que nunca había hecho. Pensaba en que si era mujer la llamaría Alice y si fuera hombre, Fernando. Ya estaba pensando en ir a comprar ropita de verano, ya que era noviembre y salía el sol de vez en cuando.
Sentada en el consultorio, después de haber tomado una cantidad de agua exagerada para hacerse una ecografía, salió el doctor. Era un doctor alto, con ojos grandes y algo cansados, pelo oscuro y flaco.
“Amanda”, ¿cierto? Ella respondió casi sin hablar, por las ganas que tenía de ir a orinar. Échate en la camilla, por favor. ¿Cuáles han sido tus síntomas? Ella respondió, doctor estoy segura de que estoy embarazada. Pero ¿Cuáles han sido tus síntomas? Mareos, nauseas, cansancio, agotamiento. Demasiado, diría yo. Bueno Amanda, si es que estás embarazada, estás demasiado débil para tener un bebe en buenas condiciones. Tendrías que empezar a comer bien, por favor, pero veamos…
Ella nerviosa, mojaba la camilla con sudor. Él untaba en su vientre una crema heladita que hacía que su piel se ponga de gallina. Al mismo tiempo aguantaba la respiración, porque si no se orinaba en plena ecografía.
Bueno, dijo el doctor, Amanda tu lo que presentas es una grave enfermedad de trasmisión sexual. Y lamentablemente si, también estás embarazada. ¿Pero, doctor, por qué lamentable? El doctor la miraba, no sabía si ser fuerte con ella o darle apoyo moral. Era una muchacha joven después de todo, con sueños escondidos, por realizar.
 Ella se quedó callada y después de un segundo dijo: ¿Doctor, es Sida? ¿El bebe morirá?
Si, Amanda, lo que no entiendo y por eso es que no respondo, es cómo así pudiste quedar embarazada, ya que esta enfermedad la presentas hace varios años y ha estado incubando. ¿Nunca te has hecho un análisis?
No doctor, porque nunca me he sentido mal. Doctor, eso quiere decir que, a todos los muchachos con los que he tenido relaciones, ¿he contagiado? Así es Amanda, alguno te contagio a ti y de ahí tú empezaste a transmitirlo. Pero como te digo, los síntomas que has tenido ahora son por el embarazo, esta enfermedad la empezarás a sentir recién después de unos dos a tres años, que tu cuerpo empieza a perder sus defensas y el dolor que presenta hasta una gripe lo sentirás tan fuerte, que te querrás morir.
Amanda, empezaba a ya no mirar la cara del doctor, más bien miraba su pancita y se la acariciaba. Las lágrimas empezaban a caer. El doctor le agarraba el brazo, ella seguía sollozando y le hizo una última pregunta.
¿Doctor, mi bebe morirá? El doctor se quedó callado un buen tiempo mientras arreglaba los cables para que Amanda baje de la camilla, le alcanzó sus botines negros y le sujeto el brazo para que no resbalara.
No Amanda, tu bebe está perfectamente sano, pero debes cuidarte porque de todas maneras él en algún momento se quedará solo y deben vivir juntos todo lo que se pueda juntos.
Amanda no respondió, terminó de abrocharse sus botines y le dijo: ¿cuándo vengo? El diez de diciembre por favor, en esta semana te llamará mi secretaria para confirmarte la hora.
Se escuchó un golpe en la puerta y un aire frío. Ella ya había desaparecido.
Amanda empezó a bajar las escaleras de tres en tres, queriéndose caer y borrar la memoria. Una memoria de historias devastadas y perjudiciales. No entendía ¿desde cuándo?, ¿cómo había pasado esto? Solo logró responder antes de llegar a la puerta, el por qué no tenía sueños, era porque todo esto ya estaba premeditado. Ella se iba a morir y  su bebe iba a ir solo por la vida, ya que ni siquiera sabía quién era él padre.
Por fin un reflejo del sol alumbró su cabellera, tomó un taxi blanco y viejo y enrumbó a su casa. Cuando llegó se dio con la sorpresa de que no estaba sola en ese lugar, olía a perfume, uno caro, parecía Dior y era el de su mamá.
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Su mamá, se había ido a Argentina  cuando ella era una mocosa de 13 años. Se casó con un millonario y se fue a vivir. No tuvo ningún tipo de sentimiento ni pena al dejarla. Era una niña aún, pero ella creía que estaba bien grande como para asumir responsabilidades.
Tenían una relación terrible, con las justas se dirigían la palabra para asuntos económicos. No era su hija y ella no era su madre. Eran compañeras de hogar o así solía decir Amanda. Ni ella ni su madre se esmeraba por ser amiga una de la otra, simplemente se odiaban.
Para su madre el hecho de haber quedado embarazada de ella, ya había sido una tortura. Y encima de un padre que nunca existió.
Amanda desde muy chica, estuvo al cargo de la señora Olga, que era una señora que la crió como si fuera su hija hasta que tuvo diecisiete años y falleció. Amanda desde ese entonces vivió sola, comenzó a desarrollarse como mujer y a darse cuenta de las cosas, sola.
Empezó a meterse con hombres por placer y dependencia afectiva desde muy chica y porque nunca tuvo normas ni una madre. Olga estaba ahí, Amanda la quería. Pero igual seguía siendo su nana y ella lo sabía. Por dicho motivo, metía a quien le valía en gana de meter a su casa y hacía exactamente lo mismo, sin control ni resentimiento.
Desde ahí comenzó su atareada vida y su desorden emocional.
Mantenía una relación muy básica por cartas con su madre, por donde le depositaba dinero, para el instituto y demás.

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Entró y su mamá estaba sentada en el gran sillón marrón que había en su salita de estar, fuera de su cuarto. Estaba con las piernas cruzadas y los brazos igual, con el pelo bien liso y sin una sola cana. A veces Amanda no entendía como teniendo 58 años, ella lucía tan regia.
¿Mamá? ¿Qué haces acá? Hola Amanda, ¿Cómo estás? He venido porque me enteré que fuiste al doctor y me preocupé, yo se que tu vas al doctor sólo cuando realmente estás muriendo. ¿Cómo sabes? ¿A caso me espías? No, no, como vas a creer eso. Pero me llegó en tu estado de cuenta de la tarjeta de crédito que habías ido a la clínica, y pensé que estabas mal y como función de madre vine a verte.  
Amanda, miró al piso, la miró a ella. No entendía que sucedía. Su madre, no era su madre. Ella no era su hija.  Pero veo que estás bien, solo algo flaca, dijo la madre. Ella movió la cabeza y le dijo. Pues no, estoy embarazada y también me voy a morir. Y te odio.
Su madre, se levantó, la siguió rápidamente a su cuarto y le dijo, ¿cuánto costará esta gracia? Para depositarte el dinero de una vez para que vayas a abortar. Amanda tu sabes que aún eres joven y con muchas metas por cumplir, un hijo interrumpirá todo lo que has logrado hasta ahora. ¿Qué? Respondió Amanda con voz fuerte. Tú no me abortaste porque no tenías dinero ¿no?, si no estoy segura que lo hubieras hecho. Bueno yo no lo abortaré, el nacerá y será feliz hasta que yo muera, porque para todo esto la que si se va a morir soy yo. Pero eso resultará más fácil para ti.
Amanda, no hables tonterías, ¿Por qué te vas a morir? ¿A caso tienes cáncer o Sida? Sí pues, tengo Sida y por un milagro mi bebe no. El nacerá y vivirá conmigo, con su madre y lo cuidaré como jamás me cuidaste tú. Ahora por favor lárgate de mi casa.
La madre de Amanda salió y a su salida dejó un sobre con su dirección y mucho dinero, en uno de los papeles escribía que jamás pensó en abortarla, que siempre la quiso. Pero que no estaba lista para ser una madre en el momento que ella nació y por tal motivo jamás la trato como una hija. Y que ella iba a estar ahí en el momento que Amanda decidiera irse. Ella iba a educar y criar a ese bebe como ella nunca lo hizo con Amanda.
Amanda, se quedó muda después de haber leído ese papel. No entendía como las personas después de haber hecho tanto daño, tenían la voluntad para cambiar y ser mejores. Igual estaba sola en el mundo y la única persona que podría cuidar a su bebe iba a ser su madre.
Pasaron los meses y en ese tiempo empezó a dar charlas de orientación sexual en los colegios de sus amigas. Iba a centros de rehabilitación a contar experiencias vividas. Su vida por fin tenía un sentido, ella no quería que a nadie más le pase lo que a ella le pasó. Pero los días igual se le acortaban y la barriga se le ensanchaba.
De pronto, un 13 de agosto, Alice lloró, fue amor a primera vista. Una cosa nunca antes vivida. Se enamoró de su hija, una bebe preciosa, que apenas salió de su vientre, se acurrucó en su pecho y dejó de llorar.
Pasaron 2 años de alegría y algunos malestares. De pronto con el tiempo, el cuerpo de Amanda ya no funcionaba de la misma manera. Y decidió antes de que Alice se acostumbrara mas a ella mandarla con su madre a Argentina.
Amanda falleció un 31 de diciembre del siguiente año. Se enamoró una sola vez en su vida y fue de su hija.