lunes, 8 de julio de 2013

Hoja blanca, mancha roja

El sol va cayendo, el aire se enfría, la gente se abriga y la noche se acerca, pero con cautela. Con esa cautela con la que tú me enamoraste, aquel viernes de agosto de hace unos años con mentiras y apaños tales como  los de aquellas noches que creíamos que eran tibias y al final nos terminábamos enfriando.
La mentira y el amor  se cruzaron en mi camino con la más grande frescura, esa frescura que delataba tu boca al besarme.
Viernes 17 de agosto, las nubes dibujaban el cielo, un cielo rojizo por el despojo de las últimas prendas del sol. Tú estabas ahí, tu belleza me deslumbró y tu pasión ocasionó en mi cuerpo un pequeño electroshock.  Una pasión que jamás se había desatado en mí ser, esa única pasión hacia el ser amado la cual me obligaba a verte como Romeo en mi balcón.
El sol aún no se ocultaba y él se me acercó, con un cigarrillo en la mano. Me saludó con un beso que tenía un destino incierto y un final inesperado.  Ese beso que sientes que levanta hasta el mínimo bello de tu cuerpo y hace que tu respiración desespere y vaya en búsqueda de una respiración más fuerte.
Desde ese momento, el amor se convirtió en un amor adictivo, adictivo de mi parte un juego de la suya.  Me agarró la mano me entregó su amor y lo blanco de su corazón, un blanco como el de una hoja en la cual escribes una historia, pero esta hoja no tenía ni un cuento, ni un punto, ni un personaje, solo repartía vacío y adicción hacía mi parte.  Un amor que en un comienzo fue recíproco y en momentos vacío, desapareciendo por días y encontrando rojos que no tenían coherencia con las mentiras dichas.
Molestias que no tenían una razón porque todo era una mentira, de mentiras se conformaba mi vida en ese momento, pero yo tenía su corazón y el suyo una adicción. 
Largas horas de telenovelas contadas por el teléfono en búsqueda de un perdón, arrepentido por sus desaparecidas sin enterarme de su adicción. Él iba en búsqueda de mujeres, sexo y droga, mientras yo estaba soñando con nuestra boda.  
Una noche el amor se quebró, un rojo intenso encima de una hoja blanca opacó mi felicidad, esa felicidad que tuve desde el primer día que me bajó las estrellas. Unas estrellas que dieron a la fuga en esa noche fría. Una mentira que llegó a su éxtasis total tras haber tenido un encuentro un tanto casual, en el cual las prendas se despojaron de los cuerpos por si solas en melodía con esa pasión, con esa pasión que le entregaban, la cual no sentía porque al día siguiente no se acordaba.  La palabra amor llegó a su fin,  un punto decoró el final, ese final con el que él soñaba, ese final que no se vio venir aquella tarde dibujada con nubes, ese final que yo no quería por nada del mundo. Pero llegó.
Fue un amor incapaz, pasional y agresivo. Un amor lleno de adicciones unas con soluciones drásticas otras con soluciones mentales, un amor que se llenó de bailes y cantares, un amor con gritos de palabras costas, un amor que prefería callar antes de herir por mi parte, pero por la suya no hay nada que decir. Un amor que murió, un amor que hizo daño, que un progenitor hubiera odiado, hubiera llorado. Un amor lleno de papeles manchados, de hojas en blanco, de palabras vacías, de olvidos y reclamos.  Un amor que llegó a su fin con el internamiento de la adicción, con la cura para el desamor, con el paño que limpió el rojo que dejó.
Un amor que cambió internado por precaución, una recuperación peculiar para un sujeto blanco como las hojas en las que suelo escribir. Un sujeto que prefirió la adicción al amor incondicional de una mujer, una mujer que lo acompañó hasta su último terminal. A la que le repartió el beso frió del llanto final.

Una mujer que tras su partida borró las letras de las hojas blancas que poseía. 

1 comentario: